LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

9 de enero de 2014

1.- LOS DIFERENTES TIPOS DE INTELIGENCIA VS LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Cuando hablamos de inteligencia normalmente se piensa en la capacidad que una persona tiene para aprender cosas relacionadas con la educación escolar, con la información cultural, y la capacidad para memorizar y recordar más tarde lo adquirido. Esto es lo que denominamos coeficiente intelectual o cociente intelectual, que se puede medir a través de unos tests estandarizados y que nos da una idea, o bien de lo que la persona sabe (coeficiente intelectual escolar y cultural) y por otro de lo que la persona es capaz de saber o de aprender, sus capacidades innatas.
Cuando hablamos de inteligencia emocional no nos estamos refiriendo a ninguno de estos dos, o al menos no de forma exclusiva. Tiene más que ver con las emociones y en cómo reacciona la persona ante las diferentes situaciones de la vida diaria y ante los demás, esto es, de la forma más adecuada posible. Se podría decir que es la inteligencia de la emoción y la primera la inteligencia de la razón. Pero la una sin la otra no hace del todo completa una persona como tal, como ser humano que es y que siente.
La razón o el razonamiento de las cosas es imprescindible para saber qué es más adecuando en cada momento, qué es más lógico según el contexto. Pero esto es sólo una parte porque estaríamos pensando sobre las cosas y qué hacer con ellas en función de lo que se “supone” que se debe hacer, en el más estricto sentido de la palabra. Pero falta que en el caso concreto en que nos encontramos quizá lo que vamos a hacer o estamos haciendo no sea lo más adecuado, puesto que hay personas a nuestro alrededor y estamos nosotros mismos y nuestra valoración de las consecuencias que podría tener cada una de nuestras actuaciones de cara a nosotros y también de cara a los demás. Es ahí donde entran en juego las emociones y a partir de estas dos partes poder hacer lo más adecuado.

2.- COMPONENTES DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

Para lograr esto es muy importante que primero sepamos de qué estamos hablando. Cuando nos manejamos en nuestra vida diaria sentimos todo el rato cosas, estamos alegres, tristes, aburridos, orgullosos, enfadados, cansados, temerosos de algo, relajados, tranquilos, preocupados, contentos…
Existe una gama de sensaciones mucho más amplia de lo que llegamos a pensar, pero en muchas ocasiones hay personas que no están en contacto con dichas sensaciones o emociones, esto es, que les cuesta reconocerlas, ponerles un nombre. En ocasiones ocurre que una persona dice estar nerviosa pero no saber por qué está nerviosa, cuál es el origen de su ansiedad. Otras veces lo que ocurre es que sabe de qué emoción se trata pero no sabe cómo manejarla, por ejemplo nos referimos sobre todo a aquellas sensaciones fuertes como la ira, rabia, agresividad, preocupación excesiva por las cosas, o la cohibición excesiva, que son las que más evidentes resultan a los ojos de los demás. Una persona puede sentirse totalmente descontrolada y agredir a alguien, saber que lo ha hecho y reconocer que sería mejor no hacerlo, pero no sabe cómo evitarlo.
También puede ocurrir que exista un convencimiento de que la otra persona se merece dicho comportamiento cuando los demás valorarán la inadecuación de dicho comportamiento o reacción. Si la persona posee un coeficiente intelectual adecuado podrá convencerse a sí mismo y lo intentará con los demás de que su actuación es la correcta. De lo que se trata es de que se de cuenta de que hay otras formas de reacción más “sanas” con las que obtendrá seguramente los mismos resultados, pero para ello debe hacerse responsable de la parte que le toca, del hecho en sí y de que esa reacción no se corresponde con la ofensa en sí misma, es decir, el otro no ha provocado dicha reacción sino que él/ella se ha sentido ofendido y ha actuado de forma desmesurada.
El manejo de las emociones se refiere a afrontar lo que sentimos, a responsabilizarnos de la sensación misma y a partir de ahí darle una explicación de lo que hemos sentido, los motivos personales por los que nos sentimos así, la parte que nos toca aparte de la que le toca al otro. Por ello no es adecuado evitar sentir cosas sino saber exteriorizarlas de manera adecuada.
Si pretendemos llevar una vida lo más normalizada posible y lo más sana posible es importante ese  inicial que nos corresponde a cada uno de nosotros, el potencial de que disponemos y esa parte que se refiere a cualidades o lo que llamamos potencial-base que es la perseverancia, la constancia, la motivación personal por las cosas, la confianza, la tolerancia y la tolerancia a la frustración, ante los errores o fracasos cometidos. Todo ello junto hará que obtengamos buenos resultados en muchas ocasiones.
Pero todo esto sin una capacidad para ponerse en lugar del otro no puede ser efectivo. Nos referimos a la capacidad empática, a saber escuchar a los demás, a tenerlos en cuenta cuando tomamos decisiones, a averiguar cómo se puede sentir alguien con nuestra propia actuación. Si esto no existe pues es posible que a veces o muchas veces hagamos daño al otro.
Por otro lado y por último, es imprescindible ser “sociable” puesto que vivimos en una sociedad y hay unas normas que se deben respetar para que vivamos en cierta paz y armonía y además es una capacidad que si se cultiva con adecuación reportará grandes beneficios a uno mismo y a los demás. Necesitamos de esta sociabilidad, relacionarnos con los otros para sentirnos acompañados, apoyados y para aprender y seguir madurando, para crear nuevas relaciones y conservarlas, mantenerlas y saberse responsable de los problemas que puedan surgir en el trato con los demás y cómo solucionarlo.

3.- POR QUÉ ES IMPORTANTE TENER INTELIGENCIA EMOCIONAL, CONOCER Y ESCUCHAR LAS EMOCIONES

Las emociones se refieren a lo que sentimos, a las sensaciones que experimentamos cuando tomamos decisiones, es decir, en cada momento del día. Cuando decidimos salir de casa para comprar, ir al trabajo, a pasear,…. lo decidimos nosotros y lo hacemos en función de nuestras necesidades del momento, de los alimentos que necesitamos para sobrevivir, del dinero que necesitamos para poder comprar esos alimentos, etc., de las ganas de pasar un rato a solas. Todas esas decisiones las hacemos en función de lo que sentimos en esos momentos que están movidos por nuestras propias necesidades y al mismo tiempo por muchas veces el deber de hacerlas (que es la razón) esos límites que nos marcamos y que son también tan necesarios para saber si eso que hacemos será aceptado por la sociedad y las personas que nos rodean. Es una mezcla de todo esto lo que hace que podamos tomar decisiones con la adecuación y convicción que merece. Por ejemplo, cuando nos compramos algo lo hacemos en función, por un lado, de la utilidad que pueda llegar a tener, de la necesidad de comprar aquello concretamente y también muy importante en función del significado que llega a tener para nosotros lo que va a ser comprado, y esto último, el significado personal que lo acompaña, es la parte emocional, emotiva, sensitiva de la decisión a tomar; quizá muchas personas decidirían otra cosa diferente pero tú tienes la última palabra porque es para ti y tienes tus propios motivos personales para hacerlo.
Si hacemos caso de esta parte tan sumamente importante para el ser humano nos será también mucho más fácil reaccionar con rapidez y de forma adecuada cuando nos encontramos con situaciones inesperadas pues el hecho de que te escuches con atención hace que te conozcas con más intensidad, en profundidad, y esto hace que adquieras más confianza y seguridad cada vez y por tanto sea más fácil tomar decisiones de todo tipo, aunque aquí por supuesto quepa también la posibilidad de cometer errores, lo que significa que una de las partes ha ganado sobre la otra y no ha habido un equilibrio entre ambas, pero eso, claro está, es evidente que es imposible de evitar pues no somos robots programados hacia el equilibrio.

 4.- LA EDUCACIÓN EMOCIONAL

Igual que es importante la enseñanza de las diferentes materias escolares e incluso de la forma/s de potenciar las capacidades de los niños también lo es en la misma medida la educación de esa parte emocional de la que hemos hablado. Mucho más fácil sería todo si se tuviese en cuenta al alumno como persona, no sólo como estudiante. La persona es persona porque es capaz de pensar por sí misma, entre otras cosas y esto ya sabemos que se consigue si esa persona tiene claro quién es y se quiere por quién es. En este camino profesores y padres tenemos la obligación de enseñarles a reconocer lo que sienten y ayudarles a averiguar por qué se sienten así. Para ello hay algo esencial a tener en cuenta, la aceptación del niño/a tal cual es, como persona con unas capacidades y limitaciones concretas y específicas y diferentes del resto de los niños/as. Si nosotros somos capaces de ponernos en su lugar (capacidad empática) y podemos llegar a entender lo que le ocurre será mucho más fácil que él/ella lo entienda. Es posible que tengamos una imagen de lo que nos gustaría que fuese, ese ideal que tenemos todos en la cabeza, pero lo más importante es que ese ideal nunca se corresponde con la realidad, aunque se acerque, por tanto el camino más adecuado es ayudarle a que se quiera tal cual es, y para eso es necesario que vea que los demás así lo sienten.
También la sociedad tiene mucho que ver en esta maduración pues los cánones sociales marcan unas diferenciaciones y unos ideales de lo que”tenemos que ser”. Es importante seguir unas normas pero no a rajatabla pues la vida está llena de excepciones, tantas como personas existen y por tanto situaciones en las que la norma no puede aplicarse tal cual se ofreció. Las cosas no se miden por cuestiones extremas, de todo o nada, de blanco o negro. La vida está llena de matices y son los matices los que marcan la diferencia entre unos y otros.  

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